martes, 20 de agosto de 2013

La extremaunción

La algarada se manipula. El cacique la persigue cuando no la maneja. Vestigio que se ha convertido en un títere que si se desviste incordia.
Muñeco que quiere soltar el nudo pero que, si lo hace, corre el riesgo de ser estigmatizado, repudiado... ¿lapidado?
Corbata o símbolo hippie. Dualidad peligrosa. Inquina recíproca. Insalubure.
Al rock n roll le quieren clavar una daga en el pecho.

Y es que todo es dispendio.
Excepto cuando al contribuyente le toca contribuir.
Dichosa regla esculpida por el oligarca en mármol.
Necio. Tirano. Apoltronado en su complacencia. En una lengua no tan viperina que sirve de acomodo a las posaderas blanquecinas.
Al rock n roll le están clavado una daga en el pecho.

Un paseo. Una vuelta a casa y solo se escuchan los grillos y el tímido silbido de las hojas contoneadas por la primera brisa del día. Saboreada con nocturnidad y alevosía.
Mentira. El doblar de la esquina descubre un cuchicheo y el trajín de un mendigo que hurga en la basura. Camiseta sin mangas y chanclas desgarbadas.
Uno más. No asusta. Ni estorba.
Paisaje urbano que revela que ya sonó el toque de queda en el geriátrico. Que no falte la morfina. No vayan a rebelarse los votantes.
Al rock n roll le han clavado una daga en el pecho.

El revitalizante bullicio que exhalaba el arrabal ha sido ahorcado.
Las melodías de los juglares forman parte del cretácico. Se han esfumado y Houdini no ha actuado.
Rostros idénticos. Conversaciones mellizas. Pañales y casetas de perro. Algunas revoluciones de tasca que son maridadas con patatas rancias, olivas y cerveza a granel.
El reggeaton y las letras insulsas, dionisíacas, recitadas en Plazas de Toros, han ganado la partida a las versiones de los Beatles. A la guitarra que descansa sobre el adoquín.
¿Ha muerto el rock n roll?

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